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RELATO ERÓTICO: ENTRE SUEÑOS Y REALIDADES

Nunca fui de esas personas que recuerdan sus sueños. Normalmente me despierto y lo primero que hago es mirar el móvil, intentar despejarme y seguir con el día. Pero aquella noche fue diferente. El sueño que tuve me dejó tan marcada que, incluso después de abrir los ojos, sentía como si aún lo estuviera viviendo.

Todo empezó en un lugar que no conocía, pero que de alguna manera se resultaba familiar. Estaba en una especie de loft enorme, con grandes ventanales que dejaban entrar la luz de la luna. La atmósfera era cálida, como si alguien hubiese encendido velas por todas partes, pero no había ni una sola llama. Sólo la luz, suave, envolvente, me hacía sentir completamente en calma.

Estaba sola, al principio. Llevaba puesta una bata de seda que acariciaba mi piel con cada paso que daba. Era como si cada fibra del tejido supiera exactamente dónde tocar para despertar algo en mí, algo que normalmente mantengo bien guardado. Y entonces lo vi.

No sé de dónde apareció, pero allí estaba él, apoyado contra la pared, mirándome con esos ojos oscuros que parecían leer cada rincón de mi mente. Su presencia era intensa, pero no intimidante. Al contrario, me hacía sentir segura, como si en ese lugar no existiera nada más que nosotros dos.

"¿Quién eres?", quise preguntar, pero no hacía falta. Sus manos ya estaban sobre mi cintura antes de que pudiera decir una sola palabra. No me importó. Al contrario, me dejé llevar. Su toque era firme, decidido, pero al mismo tiempo, tenía una delicadeza que me estremecía de pies a cabeza.

Nos quedamos en silencio, respirando el uno al otro. Podía sentir su aliento en mi cuello, el calor que desprendía su cuerpo cuando lo acercó aún más al mío. Sus dedos acariciaron mi nuca, luego bajaron lentamente por mi espalda, mientras yo me mordía el labio sin poder evitarlo. Era como si supiera exactamente lo que necesitaba, lo que deseaba sin necesidad de pedírselo.

El sueño continuaba como una danza lenta. No había prisas, no había tensiones. Solo el sonido de nuestras respiraciones sincronizándose. Me besó, y fue como si el tiempo se detuviera. Mi mente vagaba entre la sensación de sus labios y la suavidad de sus manos explorando mi cuerpo. Sentía cómo cada rincón de mi piel se encendía bajo su tacto, como si cada roce fuera una chispa.

El deseo crecía de manera inevitable. A cada segundo, la intensidad aumentaba, y con ella, mi necesidad de más. Él lo sabía. Podía verlo en su sonrisa pícara, en la manera en que me miraba, como si disfrutara de cada reacción que conseguía sacar de mí. No era solo un sueño. Parecía real, tan real que mi cuerpo respondía como si estuviera despierta.

Nos movimos hacia la cama, una cama enorme, con sábanas de seda tan suaves como la bata que aún llevaba puesta. Pero no por mucho tiempo. Antes de darme cuenta, me encontraba tumbada, con él sobre mí, sus manos acariciándome los muslos, su boca recorriendo cada centímetro de mi piel, arrancándome suspiros que no podía contener.

Mi respiración era rápida, desordenada, mientras él seguía su exploración, bajando cada vez más, llevándome al límite. Y entonces, justo cuando sentí que no podía más, todo se detuvo.

Abrí los ojos de golpe, jadeando, mi corazón latiendo a mil por hora. La realidad me golpeó de inmediato. Estaba en mi cama, sola, en mi habitación. El sueño había terminado, pero mi cuerpo aún sentía su rastro. Me llevé una mano al pecho, intentando calmarme, mientras los recuerdos del sueño se repetían una y otra vez en mi cabeza.

"¿Qué demonios acaba de pasar?", me dije a mí misma en voz baja. Aún podía sentir el calor en mi piel, como si las manos de aquel hombre, cuyo rostro ya empezaba a desvanecerse en mi memoria, aún estuvieran sobre mí.

Me levanté de la cama, intentando sacudirme la sensación, pero era inútil. El sueño me había dejado marcada, como si hubiera sido real. Y lo peor, o quizás lo mejor, es que no podía dejar de pensar en él. ¿Quién era? ¿Por qué había tenido ese sueño tan vívido?

El día pasó lento, con mi mente en piloto automático. No podía concentrarme en nada que no fuera en lo que había sentido esa noche. No era solo el deseo, era la conexión, la intensidad con la que me había mirado, tocado. Como si me conociera desde siempre.

Esa noche, cuando volví a la cama, una parte de mí quería volver a soñar con él. Quería sentirlo otra vez, aunque solo fuera en mi mente. Cerré los ojos, deseando que volviera, pero no lo hizo. Lo intenté durante días. Cada vez que me iba a dormir, esperaba reencontrarme con él. Pero nunca más regresó.

Ahora, cada vez que me tumbo en mi cama, enciendo una vela y cierro los ojos, intentando recrear la atmósfera de aquel loft de mi sueño. Porque, aunque sé que fue solo un sueño, no puedo evitar desear que, algún día, él vuelva a aparecer.

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